Padre Tito, una voz que me devolvió la Fe
“No puedo quedarme en silencio ante lo que se le ha hecho. Nos han dado una estocada a todos los que hemos vuelto a creer en la institución”

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Padre Tito. Foto: Redes sociales
Por mi manera de ser este escrito a muchos le tomará por sorpresa, pero sí, soy católico (dentro de lo que se considera practicante). Vivo mi fe sin endilgársela a nadie y día a día (con mis defectos y virtudes) trato de ser un mejor ser humano. Nací en una familia con los más altos valores católicos. Mi familia paterna, naturales de Ponce (Rosado-Páez) y mi familia materna, naturales de Juana Díaz (Reynés-Rivera) toda la vida vivieron arraigados a su fe católica, de ambas de mis abuelas doña María Páez de Rosado y doña Virgenmina Rivera de Reynés aprendí a venerar a la Sagrada Virgen María con todo mi ser y con gran fervor. En fin, toda mi formación giró en torno a esos valores, los cuales me han hecho una persona de bien y que hoy en día permanecen en mí, al igual que permanecen en mi memoria imborrables cánticos como “Por eso tienes que ser un niño para ir al cielo”.
Estudié en el Colegio Ponceño, bajo la guía de los padres escolapios, donde aprendí los valores del evangelio, la importancia de la fe y el sentido profundo de compromiso social. Sin embargo, con el tiempo y como le sucede a muchos, me alejé de la Iglesia. No perdí mi fe en Dios, pero sí en la institución. Años de contradicciones, silencios cómplices y distancias humanas me hicieron sentir que esa no era la Iglesia que me enseñaron a amar.
Pasaron muchos años en los que me sentí huérfano espiritualmente, hasta que la figura del Papa Francisco comenzóa devolverme interés por la institución. Su humildad, su forma sencilla pero profunda de predicar, su cercanía con los más olvidados, su valentía para cuestionar estructuras y sobre todo sus mensajes a favor de la comunidad LGBTTQ+ me devolvieron poco a poco la fe en la Iglesia como institución. El Papa Francisco me recordó que la Iglesia no es un edificio ni una jerarquía, sino un pueblo que camina junto al que sufre. Francisco me hizo volver a entender que mi Dios es amor.
Inspirado por ese renovado sentido de búsqueda y ya viviendo en San Juan, comencé a visitar diferentes parroquias para tratar de encontrar un espacio donde pudiera sentir que realmente estaba escuchando la palabra de Jesús y no solo una repetición vacía. Ese proceso tomó años. A veces salía más vacío de lo que había llegado. Pero un día llegué a la Parroquia Stella Maris. Y allí escuché por primera vez a Padre Tito.
Desde esa primera Misa, supe que algo era distinto. Habíacalidez, honestidad, una forma de comunicar que no era actuación ni rutina, sino entrega verdadera. Sus homilías no eran sermones, eran conversaciones. Su forma de ser cercano, transparente y humano fue la guía que necesitaba para volver a sentirme parte de algo más grande. Volví a creer. Me reencontré con la palabra de Jesús, no como concepto, sino como verdad. Y aunque aún con algunas diferencias de criterios, volví a practicar mi fe.
Por eso, no puedo quedarme en silencio ante lo que se le ha hecho. Nos han dado una estocada a todos los que hemos vuelto a creer en la institución.
Me indigna profundamente la manera en que han tratado a Padre Tito. No solo lo han apartado, lo han señalado vilmente. Como si quienes hoy lo juzgan y condenan no conocieran el valor de la misericordia, del acompañamiento, del perdón, de la compasión. ¿Acaso no fue Jesús quien dijo: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”? ¿Dónde están los que predican sobre el amor al prójimo cuando hay que ponerlo en práctica?
No estoy diciendo que ignoremos errores si los hay. Pero hay una gran diferencia entre corregir y castigar, entre acompañar y abandonar, entre discernir y traicionar. Dice la palabra: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales restauradlo con espíritu de mansedumbre”. ¿Dónde está esa mansedumbre ahora?
Me duele ver cómo quienes más deberían ser ejemplo de fraternidad, hoy le dan la espalda. Y me pregunto: quienes hoy condenan, ¿tienen el poder para hacerlo? Quizás sí. ¿Pero tienen la autoridad moral? No. Pero eso es otra historia y todos la conocemos.
En fin, no tengo duda de que somos muchos los que hemos sido influenciados de manera positiva por Padre Tito. Tengo innumerables amistades a quienes él ha acompañado en los momentos más importantes de sus vidas: los ha casado, ha bautizado a sus hijos, y ha estado presente en momentos de pérdida, enfermedad y dolor. Su presencia ha sido consuelo, guía y esperanza para tantos y tantos.
Por eso, ahora más que nunca, aunque algunos quieran que lo dejemos solo no lo vamos a hacer. Porque la verdadera Iglesia se construye en comunidad, solidaridad, misericordia y en amor. Mi total apoyo y respeto para Padre Tito. Y, con la misma firmeza, mi total y absoluta indignación por lo que le han hecho.