El cierre, las elecciones y la coalición: las consecuencias de gobernar sin negociar
“En una semana, los votantes apostaron por la estabilidad frente al ruido, y la votación para detener el cierre fue un paso en esa misma dirección“

Manifestantes se reúnen en una concentración denominada “Trump Must Go Now” (Trump debe irse ya) en el National Mall, un año después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fuera elegido para un segundo mandato, en Washington, D.C. Foto: JIM LO SCALZO

El pasado 4 de noviembre confirmó algo más importante que una victoria electoral: el Partido Demócrata logró sostener una coalición amplia, diversa y estratégicamente organizada en un año marcado por la incertidumbre. Mientras la derecha apostaba al colapso del gobierno federal como táctica electoral, los votantes apostaron a la estabilidad. Ese contraste explica mejor el estado actual de la política estadounidense que cualquier encuesta.
La participación ciudadana se mantuvo alta, con un 65 %, y el apoyo al Partido Demócrata fue consistente entre mujeres, jóvenes y comunidades latinas. Según Politico/Morning Consult, el 47 % de los votantes prefiere un líder demócrata frente a un 41 % que prefiere a un republicano. Sin embargo, lo más relevante es que esos números se tradujeron en acción política real.
Este ciclo electoral llevó al poder a nuevos liderazgos que reflejan el rostro plural del partido: Zohran Mamdani, alcalde electo de Nueva York; Jaime Arroyo, boricua y alcalde de Lancaster, Pensilvania; y Robert “Bobby” Sánchez, alcalde de New Britain, Connecticut. Tres figuras distintas, un mismo denominador: políticas enfocadas en dilemas cotidianos, los kitchen table politics —como se les conoce en inglés—, gobierno con propósito, propuestas tangibles y conexión con la gente. A ellos se suman Abigail Spanberger, primera mujer gobernadora de Virginia; Ghazala Hashmi, primera mujer musulmana en ocupar la vicegobernación de ese estado; MikieSherrill, primera mujer demócrata en dirigir Nueva Jersey y primera veterana militar en alcanzar una gobernación en Estados Unidos; y Theresa Gillespie l Isom, primera mujer y primera afroamericana en representar su distrito en el Senado estatal de Misisipi. La diversidad dejó de ser consigna: hoy es la arquitectura de una coalición con futuro. Estas elecciones demostraron que el Partido Demócrata tiene capacidad de reinventarse.
Mientras la derecha insiste en proyectar al Partido Demócrata como una fuerza “socialista”, “woke” o “radical”, lo que demostró esta semana fue exactamente lo contrario. La sociedad estadounidense busca madurez política, capacidad para integrar visiones distintas bajo un mismo propósito, y está cansada de la tensión constante tanto en la economía como en los derechos civiles. Lo vemos reflejado en el perfil de los líderes recién electos y en los demócratas moderados que votaron junto a los republicanos para detener el cierre del gobierno. El mensaje fue claro: se puede discrepar sin destruir. Eso —no la retórica del miedo ni la xenofobia— representa verdaderamente a un partido que evoluciona, se amplía y ocupa espacios con responsabilidad.
Continuando con el tema del cierre del gobierno, es importante recalcar que el Senado aprobó una medida para detener temporalmente la paralización solo hasta enero de 2026. Irónicamente, esta estrategia de extensión había sido presentada por el propio Partido Demócrata en septiembre para evitar recortes abruptos a Medicaid y a los subsidios del AffordableCare Act. En ese momento, la administración republicana la rechazó, negándose a negociar. Hoy, con el país al borde del colapso fiscal, la propuesta se aprueba bajo presión, confirmando que la política del “no negociar” puede paralizar no solo un presupuesto, sino a toda una nación.
Las consecuencias del cierre fueron inmediatas: retrasos en aeropuertos, miles de empleados federales sin salario y pérdidas económicas estimadas en 15 mil millones de dólares por semana en la producción nacional. Pero más preocupante que el impacto fiscal es la lógica política detrás de la decisión. Donald Trump y su bloque convirtieron la parálisis en método, no en consecuencia. Gobernar sin negociar se ha vuelto un signo de identidad en su administración, a pesar de la paradoja de que su base es la más dependiente de los programas que busca eliminar.
Los datos lo confirman: la mayor parte de los beneficiarios de SNAP, Medicaid y el ACA vive en estados del sur y el Midwest, tradicionalmente bastiones republicanos. Esa base MAGA no percibe estos programas como derechos, sino como una etapa temporal que debe cerrarse antes de “ceder” beneficios a minorías. Prefieren perder asistencia antes que compartirla. Lo que se presenta como un argumento moral es, en realidad, una expresión cultural de miedo.
Desde esa óptica, el cierre se vuelve una guerra simbólica más que un conflicto presupuestario. La Casa Blanca convirtió la falta de diálogo en bandera, mientras el Partido Demócrata, con sus discrepancias durante la votación, eligió la responsabilidad fiscal antes que la parálisis. Extender el financiamiento hasta enero no es una victoria, pero sí una lección: negociar sigue siendo la herramienta esencial de la democracia.
Sin embargo, Puerto Rico observa esta dinámica desde otro ángulo. Aquí, el debate sobre ayudas federales y el cierre gubernamental toma otra forma. No se trata de una guerra cultural entre minorías y nacionalismo, sino de una discusión sobre quién merece los fondos y bajo qué estatus se reciben. La ironía es evidente: mientras en Washington se enfrentan por extender beneficios federales, en la isla seguimos discutiendo si los perderíamos, aun cuando elegimos una gobernadora que defiende la estadidad. El contraste revela la raíz del problema: la condición colonial sigue condicionando la conversación.
En una semana, los votantes apostaron por la estabilidad frente al ruido, y la votación para detener el cierre fue un paso en esa misma dirección. Gobernar con datos y negociar con propósito no es debilidad; es responsabilidad. El desafío para los demócratas, tanto en Washington como en San Juan, será transformar las victorias electorales en gobernanza sostenida. Porque cuando un país deja de negociar, deja de funcionar. Si algo ha demostrado este 2025 errático, es que la consecuencia de no negociar valida que la verdadera fortaleza política no está en quién grita más, sino en quién sabe construir incluso en medio del ruido.


