Cuando la política mata: de la deshumanización al gatillo
Hoy se apunta con palabras, pero mañana se dispara con balas


La violencia política ha dejado de ser una excepción trágica para convertirse en una sombra persistente en nuestras sociedades. En las semanas pasadas fuimos testigos de crueles ataques contra funcionarios electos en el estado de Minnesota, que ocasionaron la muerte de la legisladora estatal Angie Hartman y su esposo, y el ataque a tiros contra el senador Hoffman y su esposa, lo cual nos ha obligado a mirar de frente una realidad que lleva años gestándose: hemos normalizado el odio como respuesta política.
En Puerto Rico, aunque no a tales extremos, el desearle la muerte a un partido político que representa no solo una institución, sino miles de personas que militan en el mismo, también se normalizó en la campaña política del 2024 cuando con propaganda paga se le deseaba la “Muerte al PNP”.
Esta violencia no nace en el vacío. Tiene raíces profundas, y una de las más peligrosas se cultiva diariamente en las redes sociales, donde el anonimato ha dado permiso para desatar sin filtros las violencias internas de muchos. El insulto celebrado, la burla, el descrédito personal, han sembrado una cultura de deshumanización del que piensa diferente.
Hoy se apunta con palabras, pero mañana se dispara con balas. Lo estamos viendo. Lo más alarmante es que esta cultura de odio no es patrimonio exclusivo de un lado del espectro político. La violencia ha brotado tanto desde la izquierda como desde la derecha, y lo ha hecho con una virulencia cada vez má s peligrosa. Hemos visto a extremistas embestir con autos a protestas pacíficas, interrumpir servicios religiosos bajo la excusa de “resistencia” y cometer asesinatos con un falso mandato divino.
Cuando la retórica para sostener una ideología cruza la línea del orden y el sentido común y cuando se enseña que para defender hay que ofender, estamos cultivando odio en aras de la democracia. Ese odio tiene sus consecuencias cuando es sembrado como algo venerado y aplaudido y excusado como parte de la cultura popular o de las tendencias del momento. El problema no es solo de ideología. Es un problema moral. Hemos confundido el derecho a expresarnos con el permiso para destruir. Y en ese proceso, hemos olvidado lo que debería estar en el centro de toda vida democrá tica: respeto y tolerancia.
La política no debe ser una guerra entre enemigos, sino una conversación entre ciudadanos. Y una sociedad solo puede sostener su democracia cuando recuerda que los derechos se ejercen con responsabilidad y los desacuerdos no se resuelven con violencia.
El asesinato de figuras públicas y las amenazas de muerte por las ideas políticas no es solo un atentado, es un mensaje aterrador para toda la sociedad: “si piensas diferente, tengo derecho a desearte la muerte y hasta quitarte la vida”. Si ese mensaje no nos sacude, estamos perdiendo má s que la civilidad: estamos perdiendo la humanidad.
El defender nuestras posturas e ideologías no debe darnos licencia para expresarnos con arranques de ira ni pedir a gritos la sangre del otro. El difícil pero necesario acto de escuchar, de perdonar, de respetar incluso cuando no estamos de acuerdo, es un arte que se ha dejado de cultivar. Y esto lo digo desde un lugar centrado, donde el respeto debe ser exigido a todos los partidos, lideres e ideologías, no importa si esto aplica al propio partido donde milito. La violencia política aplica a todos por igual.
Defender posturas y adelantar agendas no se trata solo de hablar de derechos, se trata también de hablar de respeto. Y eso comienza en casa, en las escuelas, en las iglesias, en los medios, y sí, también en las redes sociales. Tenemos que atrevernos a educar, a dialogar sin insultar, y a denunciar sin destruir.
El Puerto Rico que quiero se construye en el hoy, y va más allá del futuro político, es quienes seremos como sociedad cuando logremos lo que se quiere para nuestra isla, y aún estamos a tiempo.