El 2025: Lo que no discutimos mientras discutíamos todo
“El 2026 puede ser el año de un gobierno que sirva, si finalmente nos atrevemos a tener una conversación de futuro”


Puerto Rico cierra el 2025 exhausto. No por falta de temas, sino por exceso de ruido. Ha sido un año donde la política produjo más controversias que soluciones. Un año en el que todo se convirtió en espectáculo, pero casi nada se trató con la profundidad que exige dirigir una isla con retos tan complejos. Esa incapacidad de ir al fondo no es casualidad: es el síntoma más claro de un sistema político atrapado entre la polarización, la superficialidad y la improvisación permanente.
La clase política parece desconectada. Esa dinámica de espectáculo e improvisación, la ciudadanía lo percibe y lo rechaza. La gente está cansada, cansada de extremos, cansada de liviandad y cansada de politiquería disfrazada de convicción moral. Cansada de una clase política que habla mucho, pero piensa poco. Cansada de liderazgos que confunden la arrogancia con fortaleza y la improvisación como estrategia. Cansada de debates que no explican nada, pero dividen todo.
Este fue también el año en que la polarización alcanzó un nivel que dejó de ser conversación política para convertirse en violencia simbólica. Por ejemplo, la lógica MAGA, la política de destruir instituciones, despreciar la pericia y glorificar el ruido, encontró eco en nuestras propias guerras culturales y los extremos, aquí y allá, hicieron lo que mejor saben hacer: convertir la política en un pleito perpetuo donde el país queda en el estancamiento.
También repetimos lo absurdo: que no exista un plan estratégico, que cada cuatro años cambiemos el rumbo gubernamental como quien reinicia un videojuego, que seamos rehenes de intereses partidistas y que la corrupción se explique con resignación.
Mientras vivimos en ese ruido, la Legislatura se dedicó a aprobar legislación con consecuencias profundas para nuestra estructura legal sin el rigor que se espera de un país serio. Por ejemplo, este año se enmendó el Código Civil y el Código Penal para atender, no necesidades reales del país sino promesas de campaña y presiones de ciertos sectores, sin datos ni evidencia solo por complacencia. Estas enmiendas resultan preocupantes, porque carece de análisis profundo, sin estudiar implicaciones operacionales e impacto en derechos adquiridos y sin medir consecuencias. Fue, en muchos casos, legislación diseñada para ganar aplausos ideológicos y no para fortalecer la justicia ni la convivencia.
Ese patrón populista, de aprobar para complacer en vez de analizar para gobernar, fue gran parte del mismo ciclo que llevó a Puerto Rico a la quiebra. Este año lo vimos repetirse, mientras la Junta de Supervisión Fiscal, en su informe anual, advirtió nuevamente riesgos fiscales, reformas incompletas y una fragilidad institucional que no se resuelve con consignas.
Por otra parte, la isla volvió a presenciar cómo se utiliza la energía eléctrica como arma política. LUMA fue convertida en símbolo electoral, se prometió que se iría “el primer día”, y esa consigna bastó para ganar aplausos. Pero gobernar es otra cosa. Llegaron retractaciones, contradicciones y finalmente, una demanda de resultado incierto que se ha presentado como “compromiso cumplido” usando nuevamente el tema para manejar la opinión pública. Mientras tanto, seguimos con un sistema energético frágil, sin una estrategia creíble de transformación y con una economía que paga las consecuencias de cada apagón, literal y político.
Entre tanto ruido, también se evitó una conversación fundamental: el estatus político. No porque haya perdido relevancia, sino porque los partidos tradicionales usualmente lo esquivan o no es prioridad. Ese romanticismo de lo que fue y ya no es, nos nubla el camino para tomar decisiones reales, ajustadas a los tiempos que vivimos. Por ejemplo, el PPD insistió en un modelo desgastado y desconectado de la realidad de La isla. El PIP por su parte, sostuvo su aspiración histórica y elevó la discusión en el congreso y diferentes grupos políticos, pero siguen sin contestar preguntas esenciales de operación y viabilidad bajo ese sistema de gobierno.
Por otro lado, el PNP tampoco supo leer el momento geopolítico. Nuestra posición estratégica volvió a ser evidente en los conflictos regionales, pero el partido no capitalizó esa oportunidad que pudo haber sido argumento clave, pasó sin que se señalara la contradicción más evidente: Puerto Rico le sirve a los intereses estratégicos de Estados Unidos, pero nuestros propios militares y veteranos no gozan plena igualdad de derechos. Tampoco presentó propuestas ni conectó estatus con seguridad, economía o globalización. Esa ausencia de institucionalidad, de preparación y de pensamiento estratégico ha alejado al PNP de su misión histórica.
Mientras este vacío dominaba, quedaron fuera temas que realmente definen la vida cotidiana como la falta de una política coherente de desperdicios sólidos, los cierres de vertederos, una reforma educativa efectiva, la salud mental relegada, la crisis de nuestros adultos mayores, el desgaste del sistema de salud y la fuga de profesionales, las personas sin hogar tratadas como estorbo, las personas con impedimentos sin una política integral de inclusión y un tercer sector que sostiene al país sin estructura ni recursos suficientes. Nada de esto generó titulares. Sin embargo, todo esto genera país.
Porque al final, Puerto Rico no falla por falta de talento; falla por falta de estructura. Por falta de planificación, por falta de continuidad y por falta de liderazgos que entiendan que gobernar exige rigor, no improvisación; análisis, no consignas; instituciones fuertes, no slogans.
De cara al 2026, Puerto Rico tiene la oportunidad y los líderes la obligación de cambiar la conversación. De dejar de premiar el ruido y comenzar a exigir capacidad; de entender que el centro no es tibieza: es carácter. Que la moderación no es debilidad, sino madurez democrática.
Que gobernar exige planificar, no reaccionar y que legislar exige responsabilidad, no oportunismo y más importante aún, tener claro que la política cambió y que las nuevas generaciones ya no aceptan discursos vacíos: exigen futuro.
Todo lo que no discutimos mientras discutíamos todo sigue aquí. Esperando ser atendido.
Esperando ser mirado con seriedad, esperando una isla que finalmente entienda que, si queremos avanzar, tenemos que atrevernos a hablar de lo esencial.
Este puede ser el año de un gobierno que sirva, si finalmente nos atrevemos a tener una conversación de futuro, porque la política sin ejecución ya no da para más.


