
Son muchas las historias de ciudadanos que acuden a una agencia del Gobierno en busca de servicios, solo para terminar frustrados. ¿Cuántas veces hemos escuchado las frases: “la persona que trabaja eso no vino”, “no hay sistema”, “venga mañana”, o simplemente no contestan el teléfono? Estas experiencias llevan a muchos a concluir que el Gobierno no funciona ni sirve. Pero, en realidad, ¿quién es el Gobierno?
El Gobierno está compuesto por puertorriqueños y puertorriqueñas como tú y como yo. No es el Jefe de Agencia, ni el Alcalde, ni el Gobernador o Gobernadora quien nos atiende en la ventanilla o al teléfono. Es un empleado público que vive en la isla, que quizás es tu vecino, tu prima o un amigo de la escuela. Son miles de personas que trabajan todos los días en oficinas gubernamentales, y que reciben un salario para ayudarnos, para facilitarnos procesos relacionados con nuestros negocios, estudios, trabajo o vida cotidiana.
Sin embargo, la falta de empatía y la indiferencia con la que a veces se trata a otros ciudadanos afectan profundamente nuestro ánimo colectivo. Esa actitud erosiona el deseo de permanecer en Puerto Rico, frustra al que emprende, y desalienta al que quiere progresar. Irónicamente, muchas veces no es el sistema el que nos falla, sino nosotros mismos.
El éxodo de miles de puertorriqueños no siempre responde a la falta de oportunidades económicas. Muchas veces es resultado del maltrato cotidiano recibido por otros puertorriqueños. Y frente a esta crisis, la solución colectiva ha sido cambiar políticos una y otra vez, como si cada vez que un carro presenta fallas mecánicas, la solución fuera cambiar al conductor en vez de arreglar el motor.
Puerto Rico necesita más empatía. Necesita que ayudemos al prójimo, que promovamos el bienestar común, y que nos veamos unos a otros como aliados en vez de obstáculos. Solo así lograremos retener a los nuestros y mejorar nuestra calidad de vida.
El verdadero amor por esta isla no puede estar secuestrado por ideologías políticas, creencias religiosas o divisiones sociales. El enemigo de un puertorriqueño no puede ser otro puertorriqueño.
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Por Carlos J. Rivera Santiago
Ex Secretario del Trabajo y abogado