Columna

La iglesia que volví a amar

“Siempre admiré la valentía con la que nos hizo saber que en la Iglesia había espacio para todos, sin importar si eras casado, divorciado, heterosexual o parte de la comunidad LGBTT”

Michelle  Cobb Ramos
Por Michelle Cobb Ramos21 de abril de 2025 • 3:05 p. m. AST
3 minutos
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Me crié en un hogar católico, junto a mi abuela, quien era extremadamente creyente. Un día normal en mi casa incluía una misa y un rosario, eso sin contar las oraciones al levantarme por la mañana, al sentarme a comer y antes de acostarme a dormir. Mi abuelita siempre me enseñó a ver la fe como un lugar donde encontraría guía y paz en mi vida.

Por otro lado, crecí con la influencia de mi madre, una mujer mucho más liberal que mi abuela y quien me enseñó el valor de la tolerancia ante los cambios de una sociedad que estaba en evolución. Gracias a ella, aprendí a ver con respeto y empatía a quienes piensan, sienten o aman diferente a mi, y a entender que el verdadero amor al prójimo no debe tener condiciones.

Ambas visiones marcaron mi manera de vivir la fe y forjaron a la mujer en la que me convertí. Sin embargo, con los años, esa fe que me inculcó mi abuelita fue cambiando. Más allá de los años rebeldes de la adolescencia, los escándalos en la Iglesia y sus posturas estríctas ante temas de derechos civiles pusieron a prueba mis creencias, logrando alejarme de la Iglesia como institución, aunque no de Dios. Pero no fue por gusto, sino porque nunca entendí cómo era posible que, si toda mi vida me enseñaron que el primer mandamiento era “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, ese amor estuviera condicionado, acomodado a conveniencia e incluso, en algunos casos, fuera cómplice silencioso de crímenes.

Entonces llegó el Papa Francisco. Un líder que, desde el principio, dejó claro que sería muy distinto a sus predecesores, pues comprendía que, para que la Iglesia siguiera siendo relevante y no perdiera feligreses, que como yo, no se sentían representados por la institución, debía hablar el mismo idioma de una sociedad que está en constante evolución. Desde que asumió el cargo, este Papa se proyectó como un hombre humilde que hablaba más de misericordia que de castigo y que, sin cambiar el dogma ni imponer la fe, invitó a todos a vivirla desde el amor, la compasión y la inclusión.

Supe que Francisco sería un Papa diferente cuando asumió la difícil tarea de reconocer los casos de abuso sexual -hechos que por años muchos callaron y encubrieron- y pidió perdón, en nombre de la Iglesia por ellos. Siempre admiré su valentía al momento de expresar que en la Iglesia había espacio para todos, sin importar si eras casado, divorciado, heterosexual o parte de la comunidad LGBTT. Todos somos hijos de Dios y dignos de recibir su bendición. Esto fue algo que resonó con lo que mami me enseñó y que rápidamente volvió a captar mi atención como católica.

Su manera de reconocer que, aunque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no somos perfectos, y que gracias al perdón siempre tenemos un lugar en la Casa de Dios, me hizo nuevamente ver la Iglesia con esperanza. Sé que, al igual que yo, muchos católicos volvimos a acercarnos a la fe gracias a que él volvió a llevar el mensaje de misericordia y amor incondicional a nuestros corazones. Gracias al Papa Francisco, puedo decir que he aprendido a valorar y vivir mis creencias.

Hoy, con la muerte del Papa Francisco, se cierra un capítulo importante en la historia de la Iglesia. Ya hay rumores sobre quién podría ser su sucesor. Personalmente, no tengo preferencia por ninguno, pero si algo tengo claro es que, quien sea que ocupe esa silla, tendrá unos grandes zapatos que llenar.

MC

Por Michelle Cobb Ramos

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