La nueva generación no cree en el ELA y sabe contar
Reconocer esto no requiere abandonar el ideal del Partido Popular, si se entiende que ser popular es, ante todo, creer en la verdadera democracia

Foto: Redes sociales

Una de las contradicciones más marcadas en el debate político puertorriqueño es cómo algunos sectores interpretan los resultados electorales y las resoluciones internacionales según lo que más les conviene. Veamos dos ejemplos, el plebiscito de estadidad de 2020 y la resolución 748 de la Asamblea General de la ONU en 1953.
En el plebiscito de 2020, la estadidad obtuvo un 52.5% de los votos emitidos. Aun así, muchos defensores del Estado Libre Asociado especialmente quienes insisten en que el ELA es una fórmula culminada y no colonial han intentado deslegitimar el resultado alegando que no alcanzó mayoría “si se cuentan las papeletas en blanco”. De pronto, los votos en blanco dejaron de ser una expresión ambigua o de protesta, para convertirse en una herramienta contable que descuenta votos sin haber sido emitidos por ninguna opción específica.
Lo paradójico es que muchos de los mismos que exigen contar los votos en blanco para cuestionar el mandato de la estadidad, descartan por completo las abstenciones cuando se habla de la resolución 748 de la ONU, mediante la cual Estados Unidos alegó que Puerto Rico había sido descolonizado. Aquella resolución fue aprobada con 26 votos a favor, 16 en contra y 18 abstenciones. Si aplicáramos la misma lógica, la resolución carecería de mayoría y su validez quedaría severamente en entredicho.
No se puede tener un estándar doble. No es razonable reclamar que los votos no emitidos cuentan cuando favorecen una causa, y descartarlos cuando la contradicen. Si las papeletas en blanco anulan el mandato plebiscitario, entonces las abstenciones deberían anular el reclamo de que Puerto Rico dejó de ser colonia ante la ONU. Pero si, como es correcto, solo cuentan los votos a favor, entonces la estadidad ganó en 2020 y la resolución 748 fue una aprobación frágil, sin consenso internacional robusto.
La verdad es que la resolución 748 fue más un acto diplomático que un reconocimiento jurídico sustantivo. No transformó la relación territorial entre Puerto Rico y Estados Unidos, ni eliminó el poder plenario del Congreso sobre el archipiélago puertorriqueño. Hoy, más de 70 años después, las decisiones federales siguen demostrando que el ELA es una colonia disfuncional, con limitaciones constitucionales, sin soberanía propia y sin representación efectiva.
Reconocer esto no requiere abandonar el ideal del Partido Popular, si se entiende que ser popular es, ante todo, creer en la verdadera democracia, respetar la voluntad del pueblo y aceptar la realidad jurídica del país. Defender el ELA no debe implicar negar su carácter colonial. Se puede aspirar a mantenerlo y defenderlo, como hacen sin titubeos nuestros hermanos en las Islas Vírgenes, que abiertamente respaldan su condición de territorio no incorporado sin necesidad de maquillarlo ni disfrazarlo. Pero hacerlo exige honestidad democrática, no negación de la realidad jurídica.
Además, ya es hora de desterrar la noción de que la estadidad es incompatible con nuestro modelo de desarrollo económico o que amenaza nuestra identidad cultural. Puerto Rico no dejaría de ser Puerto Rico si se convirtiera en estado. Nuestra lengua, nuestra música, nuestros valores y nuestro orgullo no dependen de un estatus político, sino de lo que somos como pueblo. Lo que sí ha limitado nuestro desarrollo económico ha sido precisamente la ambigüedad política, la falta de poder decisional y la incertidumbre estructural para crear un modelo económico y social a largo plazo.
Aceptar esta verdad no obliga a nadie a cambiar de ideología, pero sí a ser intelectualmente honesto. Se puede ser popular y reconocer que el ELA es una colonia. Se puede ser estadista y defender la igualdad sin renunciar a la cultura. Lo que no se puede sin caer en el autoengaño es seguir aplicando reglas electorales distintas según convenga. La democracia requiere coherencia, y el respeto al voto debe ser más fuerte que cualquier apego partidista. Solo así se construye una verdadera solución duradera para Puerto Rico.
Lo que no se puede o no se debe es contar los votos cuando convienen e ignorarlos cuando no. La democracia exige reglas parejas. Cualquier otra cosa no es convicción política es contabilidad creativa.