La libertad de prensa no es permiso para la insolencia
“Lo que vimos contra la Gobernadora, Jenniffer González Colón, no fue periodismo, fue una falta de respeto”

Foto: Suministrada

En Puerto Rico hemos llegado a un punto donde parece que todo se vale. Debemos reconocer que la libertad de prensa es esencial para la democracia, pero no puede confundirse con una licencia para la insolencia. La conferencia de prensa de la semana pasada, en la que la gobernadora Jenniffer González Colón fue objeto de insinuaciones y preguntas mal planteadas por un periodista, levantó un debate que va mucho más allá de un careo entre una figura pública y un medio de comunicación.
Por un lado, debemos reconocer que la Constitución de Puerto Rico, en su Artículo II, Sección 4, reconoce el derecho a la libertad de expresión y de prensa. Ese derecho es sagrado y nuestro juicio, debe protegerse siempre. Pero como todo derecho, no es absoluto ni puede utilizarse como excusa para la falta de modales, para tergiversar información o para interrumpir irrespetuosamente a quien ostenta la máxima representación del pueblo.
En mi casa me enseñaron valores, me enseñaron a escuchar, respetar y hablar con la verdad. También me enseñaron que tergiversar información, interrumpir a una persona mientras habla y hablarle por encima es una falta de respeto. Lo que vimos contra la Gobernadora, Jenniffer González Colón, no fue periodismo, fue una falta de respeto.
Es justo reconocer que son muchos los periodistas que ejercen su labor con responsabilidad y respeto. A esos profesionales se les aplaude, porque hacen un periodismo serio, informado y comprometido con la verdad. Pero también hay otros que parecen olvidar principios básicos de educación y modales. Más grave aún, pierden de perspectiva que a quien entrevistan, más allá de ser figura pública, es un ser humano que merece respeto.
La investidura de la Gobernadora merece el mismo respeto que se le ha reconocido históricamente a todos los jefes de gobierno en Puerto Rico y en Estados Unidos. No se trata de blindar a los gobernantes ante la crítica, sino de reconocer que la autoridad electa por el pueblo no tiene por qué tolerar insolencias disfrazadas de preguntas. Esa diferencia, aunque algunos prefieran ignorarla, es la que separa el periodismo serio del show mediático.
Debemos distinguir que el respeto no significa silencio ni censura; significa reconocer que el debate democrático solo florece cuando hay orden, verdad y consideración mutua. Pretender lo contrario es condenar el diálogo público al caos y la gritería.
La controversia también nos obliga a preguntarnos qué buscamos como sociedad. ¿Una prensa que confronte con hechos y argumentos, o una prensa que provoque titulares fáciles a costa de la dignidad de nuestras instituciones? La primera fortalece la democracia; la segunda la erosiona.
Jenniffer González Colón ha demostrado disposición a contestar preguntas, a rendir cuentas y a abrir espacios de diálogo. Pero no está obligada, ni ella ni ningún líder electo, a convertirse en blanco de ataques disfrazados de fiscalización. Si algo debe quedar claro de este episodio es que la libertad de prensa no es permiso para la insolencia. Porque sin respeto no hay democracia, solo ruido.