
Pablo José Hernández Rivera, nieto del exgobernador Rafael Hernández Colón, ha hecho historia al convertirse en el primer comisionado residente del Partido Popular Democrático (PPD) en dos décadas. Hoy, además, funge como presidente de su colectividad y se perfila como su virtual candidato a la gobernación para las elecciones de 2028.
En sus primeras declaraciones como presidente del PPD, Hernández Rivera anunció el inicio de lo que llama la “refundación” del PPD, además afirmó que lo convertirá en un “partido de centro”. Sin embargo, más allá de los titulares, los detalles sobre esta supuesta refundación brillan por su ausencia, al igual que una definición concreta de qué significa ser “de centro” en el polarizado panorama político de Puerto Rico.
El 5 de mayo, un periódico de circulación general, publicó un reportaje confirmando que esta refundación —lejos de ser una hoja de ruta urgente— consiste en un documento que estará listo en 2026, y que apenas incluirá una “definición general de lo que significa ser autonomista”. Es decir, mientras enfrentamos serios retos, el PPD le ofrece a la ciudadanía una promesa de definición... dentro de dos años.
La historia reciente revela que el planteamiento de la “refundación” no es novedoso. En el año 2000, Sila María Calderón hablaba de modernizar el PPD tras una primaria divisiva. Por otro lado, en el 2008, Aníbal Acevedo Vilá propuso su propia refundación. Alejandro García Padilla, en 2012, también prometió una renovación generacional. Parece que cada vez que el PPD enfrenta una crisis, el discurso de refundación es un acto reflejo, pero rara vez se traduce en una transformación real.
El contexto actual es aún más adverso para esa colectividad. En las elecciones de 2024, el Partido Nuevo Progresista (PNP), bajo el liderato de Jenniffer González, logró una victoria histórica y aplastante. La Gobernadora, obtuvo la gobernación con uno de los márgenes más amplios en la historia reciente, asegurando además mayorías absolutas en la Cámara de Representantes y en el Senado, al punto que fue necesario aplicar la Ley de Minorías.
El PPD, por su parte, sufrió su peor revés electoral. Por primera vez en su historia, quedó relegado al tercer lugar en la contienda por la gobernación. Superado por el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), un hecho sin precedentes en la política puertorriqueña.
Frente a este escenario, hablar de refundación sin ofrecer un plan claro resulta insuficiente. Lo que para algunos resultará más preocupante aún, el PPD no parece haber identificado correctamente la raíz de sus problemas. Su crisis va más allá de su estructura organizativa o de etiquetas como “centro”. La verdadera tragedia del PPD es que se quedó sin mensaje, sin una narrativa clara que entusiasme, inspire o movilice a nuevas generaciones de electores.
¿Centro respecto a qué? ¿A la indefinición sobre el estatus político? ¿A políticas públicas sin identidad definida? Todo apunta a que “ser de centro” no es más que un intento desesperado de complacer a todos los sectores internos, evitando tomar posiciones firmes que podrían provocar rupturas.
Si Pablo José Hernández deseara verdaderamente refundar al PPD, propondría rescatar su razón de ser y articularía un mensaje claro, moderno y relevante para el Puerto Rico de hoy. Desgraciadamente para el PPD, la “refundación” que propone parece un mero refrito y así quedará gravada en la historia. A mi juicio, otra oportunidad perdida para un partido que parece caminar, cada vez más rápido, hacia la irrelevancia.