No King Day: el poder no se adora, se limita
“Hoy, mientras miles de personas marchan sin reyes, lo que está en juego no es un partido, sino el alma de la democracia“


Hoy, en decenas de ciudades de Estados Unidos, miles de personas marchan bajo un mismo lema: No King Day. No al rey. No al poder absoluto. No al liderazgo que confunde fe con obediencia ciega.
La marcha es una respuesta directa al autoritarismo de Donald Trump y al movimiento que ha levantado a su alrededor: un culto político que mezcla resentimiento, miedo y una peligrosa reinterpretación de la fe. No se trata de diferencias partidistas, sino de una alerta colectiva frente a un modelo de poder que amenaza la esencia misma de la democracia.
Trump se ha descrito más de una vez como un elegido. Lo dijo en 2016: “I alone can fix it.” Esa frase resume su visión: él como centro, él como salvador. Pero cuando una nación deposita su destino en un solo hombre, deja de ser república y empieza a comportarse como reino.
Lo más preocupante es la forma en que ese liderazgo ha manipulado el lenguaje religioso para justificar su autoridad. El llamado nacionalismo cristiano —esa mezcla entre política, identidad y fe— convierte la religión en frontera: define quién pertenece, quién es “moralmente correcto” y quién debe ser excluido. No busca evangelizar; busca gobernar.
Yo crecí en otro tipo de cristianismo. El que me enseñó empatía y amor al prójimo; el que me exigiría alimentar al caído, no juzgarlo. Ese cristianismo no me permitiría jamás odiar a nadie, mucho menos en nombre de Dios. Por eso me resulta tan contradictorio que un líder envuelto en escándalos sexuales, que dice que los inmigrantes “envenenan la sangre” y que ha convertido la fe en arma política, pretenda representar valores que en realidad traiciona.
En las redes sociales, la frase que guía la campaña de No King Day es clara: “El poder le pertenece a la gente.” Pero los mismos sectores que acusan a otros de censura intentan ahora silenciar ese mensaje. Los republicanos más radicales han calificado a los manifestantes como “antifas” o “aliados de Hamás”, distorsionando el propósito de una movilización pacífica que precisamente defiende la libertad de expresión. Esa es la gran ironía: quienes gritan libertad, la niegan cuando no la controlan.
Sin embargo, no todos los republicanos apoyan este discurso. Hay líderes moderados que entienden el peligro de fundir la fe con el poder. Pero es innegable que la facción que más domina hoy el debate mediático y electoral del partido es precisamente la que abraza ese nacionalismo cristiano que pretende moldear la democracia a su imagen.
No King Day no es una marcha contra la fe, ni contra el cristianismo, ni contra el país. Es una marcha contra su uso como excusa para dominar; un acto de defensa democrática y espiritual que le recuerda al poder que el pueblo tiene voz, conciencia y límites. Tanto el poder como la fe solo tienen sentido cuando sirven, no cuando se impone.
Hoy, mientras miles de personas marchan sin reyes, lo que está en juego no es un partido, sino el alma de la democracia. El poder no se adora. Se limita.