Navidad sin alivio en Venezuela: la herencia económica de Maduro
Inflación descontrolada, devaluación histórica y salarios pulverizados marcan las fiestas decembrinas bajo el régimen del dictador venezolano

Una persona camina en el mercado de Quinta Crespo el 22 de diciembre de 2025, en Caracas (Venezuela). Foto: Ronald Peña R

La Navidad en Venezuela volvió a ser sinónimo de escasez, inflación y resignación. A pesar de los anuncios oficiales y del adelantamiento forzado de las festividades desde el 1 de octubre por orden de Nicolás Maduro, la realidad en las calles desmiente cualquier narrativa de recuperación económica promovida por el régimen.
En los mercados populares de Caracas, el panorama es el mismo de los últimos años: mucha gente caminando, pocos compradores reales y bolsos casi vacíos. Comerciantes y consumidores coinciden en que el dinero ya no alcanza, incluso para lo más básico de la tradición navideña venezolana.
“La plata no rinde”, resume María Da Silva, comerciante con más de cuatro décadas de experiencia en el mercado de Quinta Crespo. Aunque reconoce que la gente compra ingredientes para las hallacas, lo hace en cantidades mínimas: cien gramos aquí, un poco allá, lo justo para sobrevivir. La ganancia para los comerciantes es escasa y la estabilidad laboral desapareció. Da Silva, de 70 años, ya no puede mantener empleados y en su propia casa renunció a las hallacas y a los regalos, salvo para sus nietos.
Este escenario no es casual ni producto de factores externos aislados. En lo que va de 2025, el bolívar se ha devaluado cerca de un 85 %, mientras el dólar oficial se disparó más de un 550 %, reflejando el colapso de una moneda destruida por años de controles, mala gestión y corrupción estructural. El resultado es una economía donde los precios se fijan en dólares, pero se cobran en bolívares a tasas que cambian constantemente, castigando siempre al consumidor.
La distorsión monetaria ha creado un sistema absurdo en el que pagar en efectivo, en dólares o con tarjeta implica precios distintos para el mismo producto. Esta anarquía económica, tolerada y normalizada por el Estado, convierte cada compra en un ejercicio de supervivencia y cálculo diario.
Mientras tanto, el régimen insiste en minimizar el impacto de las tensiones internacionales y del deterioro interno. Algunos ciudadanos reconocen que el conflicto con Estados Unidos afecta más “en lo mental” que en lo inmediato, pero ese temor constante —a sanciones, bloqueos o nuevas restricciones— es también parte del desgaste psicológico que acompaña la crisis prolongada.
Lejos de traer estabilidad, el régimen de Maduro ha convertido fechas simbólicas como la Navidad en ejercicios de propaganda vacía. Adelantar celebraciones, militarizar el discurso y repetir consignas no cambia la realidad de millones de venezolanos que enfrentan diciembre con menos comida, menos ingresos y menos esperanza.
La escena se repite año tras año: una economía que no despega, una moneda que se pulveriza y un país donde la normalización de la crisis es presentada como resiliencia. Pero detrás de esa narrativa oficial, la verdad persiste en los mercados, en los hogares y en cada compra fraccionada: la crisis venezolana tiene nombre y apellido, y sigue sentándose a la mesa en cada Navidad.





